¡Viva Fernando VII!

La reiterada exigencia para que la monarquía española pida perdón a los mexicanos por los agravios de las Conquistas Militar y Espiritual de México tiene sus asegunes. Desde la primaria nos inocularon con el odio hacia los españoles que arrasaron comunidades indígenas al mando del sanguinario Nuño Beltrán de Guzmán y torturaron hasta la muerte al último tlatoani mexica por órdenes de Hernán Cortés de Monrroy y Pizarro.

La terca memoria reproduce en automático imágenes del libro de texto gratuito en las que Cuauhtémoc está amarrado a un camastro mientras le queman los pies con un anafre para que revele donde oculta el tesoro o la narración en la que arrastran a cabeza de caballo al rey de los tarascos para luego aventarle los perros hambrientos que acompañaban a los españoles que terminaban de devorar el cuerpo sanguinolento del moribundo Caltzonzin. Son ni a dudarlo imágenes brutales que nos enseñaron a odiar a los españoles desde niños, pero que al paso del tiempo tienen sus matices.

Es correcto que Nuño, nombrado presidente de la primera Audiencia de México en 1528, arrasó pueblos enteros, violó a sus mujeres y mató a sus gobernantes en la conquista de la Nueva Galicia (actuales estados Jalisco, Nayarit, parte de Durango y Zacatecas), y Nueva Vizcaya (Sinaloa, Sonora, parte de Arizona, Chihuahua y sur de Coahuila). Por estas atrocidades fue capturado por orden de la Corona española que envió a la Nueva España al licenciado Diego Pérez para que investigara los crímenes de los que se le acusaba. Fue encontrado “gravemente responsable”, destituido del gobierno de la provincia y remitido con grilletes de regreso a España, donde murió encarcelado en el Castillo de Torrejón de Velasco en marzo de 1558, condenado por sus excesos y crueldad contra los indígenas. Luego enviaron a Francisco de Ibarra, conocido como “el ave fénix de los conquistadores”, que recorrió la ruta de Guzmán pidiendo perdón a los pueblos originarios por los excesos de su antecesor.

También en la primaria nos contaron la tortura que Hernán Cortés infringió a Cuauhtémoc, último tlatoani mexica, lo que efectivamente fue una barbaridad. El conquistador murió solo, abandonado, sin loas ni homenajes, acusado de haber asesinado a su esposa. Tuvieron que pasar 347 años para que construyeran un monumento en su natal Medellín

A pesar de las barbaridades de la conquista, reseñadas por cronistas que acompañaron a los militares españoles, la exigencia de perdón es históricamente sesgada. Hay que revisar la película completa para identificar la influencia y aportación de España al desarrollo de México en los siglos posteriores, incluyendo la enorme aportación de los republicanos españoles que llegaron al país durante el cardenismo y fueron pilar del desarrollo nacional.

En Mazatlán, por ejemplo, financiaron desde mediados del siglo XIX el desarrollo urbano de la primera ciudad, el primer sistema de distribución de agua potable, el mercado central, teatros, plaza de toros, edificios públicos, plazuelas, escuelas, calles, electrificación, instalaciones portuarias e iglesias, por supuesto. Bien pudieron llevarse sus ganancias mineras y no invertir un centavo en la ciudad, pero no lo hicieron porque muchos se casaron con mexicanas y formaron las familias que hoy sostienen el desarrollo social, económico, político y cultural del puerto que, visto así, mucho les debe a los españoles y particularmente a los vascos que contribuyeron a construir la pretensiosa “Atenas del noroeste de México”. En esta exigencia de perdón va implícita la negación del gen social y cultural que aportaron y siguen aportando en Sinaloa las familias Vizcarra. Lizárraga, Heredia, Osuna, Ortíz, Echegaray, García, López, Fernández, González, Ochoa, Jáuregui, etc.

Evidentemente la Conquista fue brutal, como cualquier otra, pero el mestizaje producto de ella construyó una gran nación. Incluso el cura Hidalgo -mi alter ego por muchas razones- pretendía que la Nueva España tuviera un gobierno regional propio, aceptaba con orgullo la conquista espiritual y consideraba indispensable conservar la legitimidad de la monarquía.

Sus vítores así lo confirman: “Viva la religión!, ¡viva nuestra madre santísima de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII!, ¡viva la América y muera el mal gobierno!”

PD: La conquista espiritual fue tan devastadora y sanguinaria como la militar o aun peor porque duró más. La iglesia católica y sus jerarcas también deben pedirnos perdón.